La exposición monumental de Wolfgang Tillmans marca el cierre temporal del Centre Pompidou
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Antes de que el Centre Pompidou cierre sus puertas el 22 de septiembre para someterse a su gran metamorfosis arquitectónica, Wolfgang Tillmans se despide del museo por todo lo alto con una instalación ambiciosa que ocupa los 6000 m2 del segundo nivel de la Biblioteca Pública de Información (Bpi). «Rien ne nous y préparait – Tout nous y préparait (Nada nos preparaba para ello. Todo nos preparaba para ello)» no es solo una retrospectiva de casi cuatro décadas de trabajo, sino también una relectura del propio edificio, un homenaje a su espíritu abierto y experimental en el umbral de su remodelación.
Un paisaje de imágenes para un museo en transición
Tillmans no propone un recorrido cronológico ni una selección canónica. Prefiere el riesgo de la constelación: cientos de obras en diálogo con la arquitectura diáfana de Renzo Piano y Richard Rogers, convertida en un paisaje donde la fotografía convive con el sonido, la música, la palabra impresa y la instalación lumínica. Aquí las imágenes colonizan muros, rincones y mobiliario; interpelan al visitante desde múltiples soportes y perspectivas, con la misma naturalidad con la que irrumpen en la esfera pública o en la intimidad doméstica.
La biblioteca, lugar de tránsito y circulación de saberes, presta sus mesas, estanterías y pasillos para una puesta en escena que rehúye la neutralidad del «cubo blanco». Más que una exposición, la muestra se propaga como un archivo palpitante donde Tillmans comparte su conocimiento sobre la fotografía, la contracultura y la vida cotidiana, invitando al espectador a recorrer sus ideas como quien hojea un libro lleno de imágenes y experiencias.
La elección del espacio resulta tan elocuente como el acierto curatorial que la sostiene. Desde sus inicios, Tillmans ha desbordado los límites de la fotografía para explorar su relación con el mundo físico y social. Retratos, naturalezas muertas, cielos, cuerpos, escenas urbanas… Todo en su obra oscila entre la inmediatez documental y la abstracción severa. En esta atípica carte blanche rebosante de sabiduría, el Nan Goldin alemán cabalga de lo íntimo a lo radical sin solución de continuidad. Un primer plano de un escroto y un culo peludos, un eclipse, el archifamoso coño al estilo Courbet que hace años colgaba de las paredes de Berghain/Panorama Bar, un rayo en medio de la tormenta, la euforia y los excesos de una rave. Sus célebres series Freischwimmer o Silver, realizadas sin cámara, se presentan aquí como meditaciones sobre la luz, la química y el azar, reclamando para la imagen fotográfica un marco para el pensamiento más que para la representación.
Además de la fotografía, Tillmans prolonga su mirada a medios multiformes que conectan con su faceta editorial y musical: publicaciones, pósters políticos, material pedagógico sobre el sida, vinilos, portadas de libros, instalaciones sonoras… Ese eclecticismo responde no solo a la trayectoria del artista alemán, sino también a la naturaleza de la biblioteca como territorio de saber heterogéneo. Retratista de la contracultura berlinesa, Tillmans marida escenas casuales y rutinarias con gestos y situaciones que van de lo íntimo a lo insólito, perfilando un universo donde convergen lo extraordinario y lo banal. Un chill out improvisado sobre un colchón a ras de suelo, una partida de cartas con alcohol, una ventana abierta a un horizonte frondoso, media vaca, una planta marchita, una pila de informes, un primer plano de un pie con calcetín blanco, una lasciva lamida de oreja y un sinfín de retratos underground. El fotógrafo de Düsseldorf parece subrayar que el conocimiento —como la imagen— se construye en capas, fricciones y encuentros inesperados.
Wolfgang Tillmans, entre la amplitud y la saturación
El recorrido, sin embargo, no está exento de tensiones. La acumulación de obras, objetos y referencias puede resultar apabullante. Si el gesto inicial pretendía escapar de la linealidad y celebrar la diversidad de medios, en algunos tramos la densidad roza la saturación. La exposición –ciertamente sobredimensionada– exige tiempo y atención; no se trata de un espectáculo para la mirada fugaz, sino de un repositorio expandido que se despliega como una enciclopedia viva de imágenes, sensaciones y estímulos.
Con todo, la intervención en la Bpi logra un equilibrio singular entre radicalidad y hospitalidad. Tillmans no invade el espacio; lo habita, lo escucha y lo reformula sin traicionar su vocación pública. Hay momentos de pausa —una mesa convertida en espejo, una proyección silenciosa, una sala desierta y en penumbra, una imagen casi perdida en un rincón— que funcionan como contrapunto al exceso y permiten experimentar la obra en distintos registros, que van del vértigo al susurro.
En pocas palabras, la muestra convierte la biblioteca en un recinto donde memoria y presente, archivo y experiencia, coexisten sin jerarquías. No hay nostalgia ni relato definitivo. Tillmans instala su obra en un momento de transformación para el museo, la fotografía digital y el mundo; y lo hace sin prometer certezas. Lo que queda no es un mensaje unívoco, sino la evidencia de un tiempo complejo que la exposición, con todos sus excesos y resonancias, logra visibilizar con aparente naturalidad.
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