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Virgil Abloh fue firme en su deseo de que la creatividad, más que mercantilismo, fuese diálogo. Su obra habla de apertura. Sin embargo, la exposición «The Codes», más que abrir un espacio de reflexión, parece apostar por la espectacularización del consumo. Organizada por el Virgil Abloh Archive™ en colaboración con Nike, la muestra reúne más de 20 000 objetos de dos décadas de práctica multidisciplinar, si bien el efecto final se aproxima al del escaparate sin experiencia curatorial profunda. Se podrá visitar del 30 de septiembre al 9 de octubre en el Grand Palais, en el marco de la Semana de la Moda de París.

Entre estética disruptiva y mercantilización

Abloh no dejó una obra fácil de clasificar, porque no vivía en esa cuadrícula. Aunque sus piezas, prototipos, bocetos y objetos desmontan las barreras disciplinarias, la exhibición no propone un discurso claro ni paneles explicativos que guíen al visitante por las dos plantas que ocupa. Los códigos que supuestamente la estructuran —colaboración radical, permeabilidad disciplinar, intervención en lo cotidiano, transparencia del proceso— se materializan en galerías repletas de objetos que eclipsan la visita, subyugando la apreciación del visitante a la feria comercial.

En la muestra, el espectador tropieza con prendas amontonadas o colgadas en perchas y zapatillas alineadas en estanterías que evocan más un mercadillo que una reflexión sustancial sobre creatividad contemporánea. Aun cuando el laberinto caótico de ideas desgrana a duras penas los códigos que edificaron al diseñador, la experiencia queda a menudo subordinada al espectáculo y la obsesión por la logomanía. Las largas colas y la expectación en la entrada ponen de relieve que gran parte del público, sobre todo jóvenes veinteañeros apasionados por las sneakers, parece más atraído por la compra que por la disección de los códigos del diseñador. Si la intención de «Virgil Abloh: The Codes» era invitar a repensar diseño, autoría y cultura contemporánea, desde luego lo hace envuelto en una evidente teatralidad consumista.

Nacido en Chicago en 1980 y fallecido en 2021, Virgil Abloh se formó en ingeniería civil y arquitectura antes de adentrarse en el mundo de la música, el skate y la moda. Tomar prendas industriales y transformarlas en objetos de deseo fue su primer proyecto significativo: Pyrex Vision. Posteriormente, con su marca Off-White, consolidó una estética audaz que fusionaba el lujo con el streetwear. Su colaboración con Nike, con la que redefinió el concepto de sneaker culture y revolucionó el diseño de calzado, marcó un hito en la industria. Abloh entendió el diseño como un lenguaje, una herramienta para cuestionar y reinterpretar la realidad. Aun así, observar sus piezas en un contexto de tienda-museo erosiona la radicalidad que las hizo icónicas.

Cuando la radicalidad se convierte en aparador

Uno de los pocos aspectos elogiables de «The Codes» es el énfasis en la colaboración. Abloh trabajó con artistas, músicos, arquitectos y diseñadores de diversas disciplinas; su ecosistema creativo desbordaba los límites de la moda. Si bien en la estructura misma de la exposición se refleja ese espíritu colaborativo, la experiencia se ve diluida por la atmósfera comercial: los talleres, proyecciones y diálogos paralelos a la muestra compiten con la tentación de adquirir merchandising exclusivo, al tiempo que la frescura del trabajo efímero de Abloh corre el riesgo de disolverse en la institucionalización del archivo.

Mostrar prototipos inacabados o piezas inéditas es una apuesta imprudente. No todo diseño insta-viral resiste la luz del museo; la tensión entre intención y recepción queda dolorosamente expuesta. Otra paradoja reside en el lujo que Abloh transformó, cuestionó y remezcló. Ahora, esos mismos objetos on display pierden parte de su rebeldía contracultural primigenia con el disfraz del patrimonio institucional. La transición es curiosa, pero el visitante debe saber gestionar el choque entre la ideología del diseñador y el contexto mercantil que impregna la expo.

«The Codes» no solo celebra el ecosistema creativo del artista; también plasma la brillantez de Abloh y su habilidad para hackear el lujo y remixar lo masivo con lo artesanal, lo efímero con lo atemporal. Del mismo modo, pone en evidencia la fricción entre la obra y su comercialización; la reflexión y el espectáculo. Un recorrido a ratitos interesante, sin duda, aunque menos meditativo y más orientado a un público que busca comprar su porción del mito.

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