ARTÍCULO PUBLICADO EN BERLÍN AMATEURS, COMPROBAR AQUÍ

Se quiere porque sí, sin otro motivo o razón. No se pierde la dignidad por decirle a alguien que le amamos. A veces. Sin embargo, a la hora de “acertar” el cómo sienten otras personas, generalmente nos debatimos a oscuras. Las dificultades son inmensas. Sobre todo en Berlín. Intentamos descubrir a tientas lo que se oculta bajo las apariencias. ¿Le gustaré de verdad? ¿Por qué no me llama? ¿Habrá una tercera cita… o una tercera persona? Siempre creemos “adivinar” a los otros, pero saltamos de una casilla a otra en El gran juego de la oca que también son las relaciones, la mayoría de las veces de error en error y tiro porque me toca. A la hora de sentir, preferimos echar mano del silenciador. O de aplicación para smartphone. Estamos inducidos a pensar —y a creer— que expresar sentimientos y emociones aterra, espanta, ahuyenta, aleja, distancia. ¿No debería ser precisamente al revés? Es más fácil no sentir y no mostrar interés. Vivimos una vida esterilizada de sentimientos y emociones —cuajada de mensajes equívocos—, no ya en el mundo feliz de Aldous Huxley sino cómodamente instalados en el planeta Alphaville de Jean-Luc Godard. Por el bien de una humanidad cada día más deshumanizada. La gente es confusa y complicada. La gente vive de fantasías, ajena a todo sentimiento que no sea el de su propia comodidad. Lejos de mí/nosotros las complicaciones…

¡Sí a la pornografía emocional!

Vivimos alojados en la velocidad que espolea la inmediatez de las nuevas tecnologías. Los días transcurren velocemente con sus pequeños y triviales incidentes, mientras esquivamos los lazos de intimidad camino ya casi de una misantropía cordial. Nuestro continuo estado de interacción social remota a través de apps y redes sociales es un arma blanca de doble filo: estamos conectados y no estamos conectados. Unidos y aislados al mismo tiempo. Como dijo Orson Welles: “Nacemos solos, vivimos solos y morimos solos. Únicamente a través de nuestro amor y la amistad podemos crear la ilusión momentánea de que no estamos solos”. Cambia amor por app y amistad por Facebook y te encontrarás en pleno siglo XXI, ¡qué guay! Según una encuesta llevada a cabo por Opinium for The Big Lunch, publicada en abril por The Guardian en un artículo titulado “How to embrace loneliness”, el 85 % de las personas por debajo de los 35 años se siente con frecuencia solo. “Estando solo aprendemos a valorar la compañía de los demás. El silencio es lo que da valor a la conversación”.

Les hablo ahora de la soledad, de la sensación de duda y de limitación que nos sobreviene en nuestros años maduros. Sentimiento inherente a la ciudad de Berlín. Aquí, la soledad se adhiere a ti como la sarna y como tal, cava túneles hasta que te ahueca por dentro. Uno puede sentirse muy solo aun teniendo muchos amigos y conocidos en la agenda del móvil y en los contactos de Facebook o Whatsapp. E incluso viviendo en pareja. Puede que solo se trate de un hándicap cultural al que no estamos acostumbrados los migrantes que a la capital alemana venimos a parar. Suma a eso el carácter distante e indiferente de los alemanes y te encontrarás al borde de la depresión. A veces estamos a años luz de tantas personas que tenemos tan cerca… No obstante, la soledad puede ser increíblemente productiva. Si sabemos ejercitar el noble arte de estar solo.

Happn: encuentra a quien te has cruzado

Fundada por tres franceses en abril de 2014, happn es una aplicación de encuentros en tiempo real basados en la ubicación. Permite a unos usuarios encontrar a otros que se hallen cerca, en el radio de acción de nuestra cotidianidad. En abril de 2015 contabilizaba más de tres millones de usuarios en todo el mundo. M (mujer heterosexual residente en Berlín) es uno de ellos. “Ayer lloré mucho… Casi toda la noche. Estoy hasta el coño de estar metida en casa o de ir por ahí sola como una zombie con tacones y melena”, le contaba el otro día M a P (hombre gay residente en Berlín). “Te entiendo. A todos nos pasa a veces. Forma parte de vivir en esta ciudad”.

Después de cruzarse 18 veces en happn con un cámara de la Deutsche Welle natural de Berlín, M decidió poner distancia de por medio con su último amante y tantear terrenos emocionales, físicos y corporales inexplorados hasta la fecha. El amante precedente “ha hecho lo que se viene llamando efecto ghost, un día está y al siguiente desaparece… Hace poco me dijo que las expectativas entre nosotros eran ‘asimétricas’ y que era mejor no continuar con el affair”.

M y el cameraman fueron juntos al concierto que Lydia Lunch, musa del cineasta underground Richard Kern, dio hace algunas semanas en Urban Spree. Mientras el tipo se tambaleaba de las cervezas que había ingerido antes y durante la cita, M no paraba de mandar mensajes con su teléfono. “¡Tienes novio!”. El cameraman se cabreó y se fue. Se alejó. A los diez minutos la llamó para decirle que la amaba y que quería seguir viéndola. Una curiosa forma de acercarse a una persona mientras te alejas al mismo tiempo de ella. Días después…: “El cámara me sigue enviando fotos y dice que me ama. No me gusta”. Ahora M intenta despistar a la soledad con otro truco: ha iniciado un juego de seducción unilateral a través de Facebook con un semicélebre artista italiano que vive en París. El encuentro en Berlín o en París entre ambos parece inminente.

Nuestra era Pre-smartphone una vez nos probó que era posible convivir con la soledad, estar solos. Ahora que el móvil es una prolongación de nuestros dedos, el problema no es estar solo sino cómo percibimos el estar solo: con temor o evasión. En el delirio moderno de los social media y las apps, la soledad y el aislamiento bien pudiéramos considerarlo un lujo necesario servido en bandeja y no un mal muy de nuestro tiempo. En cualquier caso, en ocasiones… you are alone. Whatever your Facebook feed says. But you’re not alone in feeling lonely.

Toda elección conlleva un riesgo

“Alone Together” no es solo un estándar del jazz del repertorio de Chet Baker. I don’t know where you’re going, But do you got room for one more troubled soul? I don’t know where I’m going. Somos libres de estar solos o de buscar con quién sentirnos vivos. Dondequiera que estemos, nosotros o ellos. P conoció a C (hombre gay residente en Brasil) hace unas semanas en Berlín. Aunque el primer contacto fue a través de un match en Tinder, se encontraron de forma casual en una de esas fiestas maricas mensuales que tanto abundan en la ciudad. Durante algunos días compartieron momentos, cervezas, Wiener Schnitzel, pensamientos, besos, jadeos, fluidos y en definitiva: cuerpos. Luego C se despidió con una invitación a su país.

Sin embargo, P solo veía una distancia física intangible y cierto acercamiento emocional, aunque quizá solo fuera por su parte. P es de ese tipo de personas. “¿Te das cuenta de la distancia ahora? Yo la vi desde el primer momento y nunca fue un problema para mí”. Le dijo C a P algunas semanas después vía Whatsapp. “Si te apoyas en el miedo, el miedo crecerá. Las distancias que ahora ves pueden acortarse más fácil y rápidamente de lo que piensas”, le dijo a P su terapeuta. Después de un par de semanas instalado cómodamente en el pavor y anestesiado por el pánico, P abrió las compuertas que contenían el flujo de la continuidad, por imperceptible que fuera. En lugar de deleitarse en la incertidumbre y la soledad, dio un paso en cualquier dirección posible para alejarse de ellas.

Por qué lo llaman fun cuando en realidad quieren decir sex

El deseo sexual a veces se estimula por la angustia de la soledad. Por las ganas de conquistar o ser conquistado. Por vanidad. Por el deseo de herir e incluso destruir, tanto como por el de amar. Lo dice Erich Fromm. Tratamos de encontrar el amor cada vez con un nuevo desconocido. Una nueva conquista, un nuevo amor. Another night another love, do you remember your emotions? Así continuamente. F (hombre gay residente en Berlín) se mudó a la capital alemana huyendo del desamor de la relación que mantuvo durante tres años con un compañero de la universidad. Poner tierra de por medio la mayoría de las veces no es sinónimo de distanciamiento emocional. Es como tomarse un relajante muscular: alivia la tensión, pero no elimina la contractura.

Desde que usa Grindr, Scruff y Recon mantiene la media de unas tres citas con polvo a la semana. Para F, “una cita sin sexo es como beberse una cerveza sin alcohol”. Cuando no folla durante algunos días seguidos suele ir los viernes al Laboratory (el club de sexo de Berghain), enfundado en plásticos, dispuesto a ventilarse a una docena de tíos del tirón. F se gasta 150 euros al mes en modelos de látex. Ya sabes, en Berlín la estética/actitud leather y fetish es, más que un plus, un must todopoderoso. Sin embargo, a pesar de las distancias físicas, temporales y emocionales, de los plásticos, apps y de las cervezas con o sin alcohol que F pueda llegar a beberse una noche cualquiera en el Lab, aún sigue pensando en aquel ex. Pero, poco a poco, si queremos, la vida se va ordenando.

Continuará…

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