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El artista ghanés Ibrahim Mahama presenta hasta el 2 de noviembre una monumental exposición individual en el Kunsthalle Wein que convierte los restos materiales del colonialismo en una crítica visual tan poderosa como poética.

¿Sobre qué se sostiene un imperio?

En la historia del arte contemporáneo reciente, pocos artistas han confrontado de manera tan física y sistemática los legados materiales del colonialismo como Ibrahim Mahama. En su primera exhibición individual en Austria, el artista ghanés convierte el Kunsthalle Wien en una cámara de resonancia donde chocan cuerpos, máquinas, economías extractivas y silencios estructurales. “Zilijifa”, título enigmático y multívoco tomado del dagbani, no solo da nombre a la muestra, sino que actúa como clave para descifrar una red de obras donde el transporte —de mercancías, memorias, dolor— se presenta como un dispositivo de violencia acumulada. En este proyecto masivo, Mahama transforma residuos industriales en monumentos a la carga histórica que aún se deposita sobre los cuerpos de los más vulnerables.

La primera planta del Kunsthalle Wien, en el Museumsquartier de Viena, acoge una instalación de escala abrumadora: suspendido en el aire, un viejo tren diésel alemán parece flotar sobre una masa compacta de miles de palanganas metálicas, desgastadas por años de uso. Esta imagen, núcleo de la exposición, condensa muchos de los temas que predominan en la práctica artística de Ibrahim Mahama: la historia material del colonialismo, la carga física del trabajo, el peso simbólico de la memoria y la violencia estructural que aún vertebra muchas formas de movilidad, comercio y desarrollo.

Mahama, cuya trayectoria ha pasado por la Bienal de Venecia, Documenta y el Centre Pompidou, trabaja desde hace años con objetos de desecho y estructuras obsoletas, como sacos de yute, hangares industriales o torres de control aéreo. En “Zilijifa”, su atención se centra en la red ferroviaria ghanesa, implantada durante la colonización británica a finales del siglo XIX. Aquella infraestructura, que prometía conectar el interior del país con los puertos costeros, sirvió principalmente para extraer materias primas como cacao, bauxita o madera, destinadas al mercado europeo. Con el tiempo, ese sistema quedó erosionado física y económicamente, pero sus huellas persisten en el territorio y en los cuerpos que lo sostuvieron.

Un tren suspendido sobre cuerpos invisibles

El tren flotante es, en realidad, una amalgama de tres locomotoras alemanas fabricadas en los años 80 y 90, adquiridas por Mahama a lo largo de varios años en desguaces de Ghana. En lugar de restaurarlas, las ha vaciado, recortado y convertido en un caparazón oxidado; una carcasa simbólica del progreso moderno. Lo que las sostiene no son raíles, sino una base de miles de headpans —palanganas esmaltadas típicas de los mercados ghaneses— que se usan para transportar mercancías sobre la cabeza. Mahama las consiguió intercambiando unidades nuevas por usadas en ciudades como Tamale y Accra. Apiladas, vacías, magulladas, funcionan aquí como un nuevo tipo de infraestructura: una arquitectura corporal, popular y silenciosa.

Con “Zilijifa, Mahama firma una de sus propuestas más contundentes en términos de síntesis conceptual y fuerza visual. Con apenas cinco obras, esta expo demuestra una economía de medios que no renuncia a la complejidad. A la instalación central, titulada The Physical Impossibility of Debt in the Mind of Something Living, se suman una serie fotográfica (If Beale Street Could Talk), un conjunto de radiografías intervenidas (Go Tell It on the Mountain), un vídeo de entrevistas en mercados (A Dialogue) y una videoinstalación en cinco canales que documenta el proceso de recolección y montaje (Just Above My Head).

Juntas, estas piezas —que podrían contarse con los dedos de una mano— despliegan una densidad crítica, histórica y formal que haría palidecer a muchas exposiciones sobredimensionadas. Cada una de ellas condensa capas de violencia estructural, trabajo no remunerado, circulación de mercancías y precariedad material, sin caer nunca en el exceso ni la literalidad.

Archivos del cuerpo, ruinas del capital

El gesto de reemplazo —del hierro por el cuerpo, del riel por la acción cotidiana— palpita en toda la exposición. En su serie de fotografías y radiografías, Mahama documenta las deformaciones en la columna vertebral de mujeres Kayayee, porteadoras que sostienen diariamente cargas descomunales sobre sus cabezas. Sus espaldas, encorvadas por la repetición del esfuerzo, se yuxtaponen a los esqueletos metálicos de los trenes. Como escribe el artista, “una línea de ferrocarril es básicamente una columna vertebral sobre la tierra”. En esta analogía brutal, el cuerpo de las mujeres deviene soporte literal del sistema de extracción colonial.

El título de la muestra, Zilijifa, proviene del dagbani, lengua hablada en el norte de Ghana, y condensa varios términos vinculados al transporte, la sangre y los restos: “ziliji” (tren), “zili” (carga), “zim” (sangre), “jifa” (carcasa). Esta condensación lingüística apunta a una red de significados donde lo material y lo simbólico son inseparables. Mahama, formado como pintor, ha encontrado en este tipo de relaciones una manera de construir un archivo alternativo al que ofrecen las instituciones oficiales: uno que se activa a través de los objetos, los cuerpos y los relatos orales.

Los trabajos que componen la exhibición fueron producidos en Redclay, una de las iniciativas autogestionadas por el artista en Tamale, que combina estudio, museo, archivo y centro de formación. Para Mahama, construir este espacio fue un gesto político: “Cuando vendí mi primera obra, decidí invertir en un estudio allí, no en el centro del mundo del arte”. Esa ética se traduce en una obra que no busca simplemente exponer injusticias, sino movilizar memorias, compartir procesos y transformar las relaciones entre arte, comunidad y territorio.

Al recorrer Zilijifa, lo que se impone no es solo el peso de los materiales —metal, óxido, hueso— sino el eco insistente de una pregunta: ¿cuánto tiempo tarda en descomponerse una estructura de poder? Quizá, como el acero fino de las locomotoras, un siglo sea suficiente.

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