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¿Qué ocurre cuando la luz deja de ser un simple recurso escénico o decorativo para convertirse en materia, lenguaje, arquitectura y coreografía? La exposición Into the Light da una respuesta rotunda en la Grande Halle de La Villette de París: quince instalaciones articulan una travesía envolvente donde el visitante deja de ser espectador para convertirse en parte del set up.

Del trance digital a la contemplación celeste

A medio camino entre la tecnología, el arte y la experiencia perceptiva, Into the Light transforma tres mil metros cuadrados en un laboratorio sensorial de luz, sonido y arquitectura emocional. En esta exposición, comisariada por el estudio TETRO, las obras repartidas en cinco etapas replantean la relación entre cuerpo, espacio y espectador a través de un circuito inmersivo que diluye los límites entre disciplinas. El resultado es un ensayo visual en movimiento que dialoga con lo inefable. Un viaje entre lo tectónico y lo efímero que celebra el cruce entre arte, tecnología, ficción, ciencia y espiritualidad.

Este itinerario multisensorial dinamita las formas tradicionales de relacionarse con el arte y reúne a doce artistas y colectivos que operan en las fronteras entre arte lumínico y digital, música experimental, tecnología y experiencia multimedia. Un mapa de luz, algoritmos, sombras y pulsos que traza un retrato en tiempo real del light art europeo. El punto de partida no es una pieza, sino una consigna: aquí no hay objetos que se observan, sino entornos que se atraviesan.

La luz como coreografía y arquitectura

La exposición arranca con fuerza. Beyond, del estudio español Playmodes, es un túnel audiovisual de casi veinte metros que juega con la sinestesia, la ilusión óptica y el ritmo sonoro. El viaje continúa con Diapositive, de Children of the Light, una escultura giratoria suspendida en la niebla que irradia la luz de un eclipse artificial. En la sala contigua, Oh Lord, de Guillaume Marmin, responde desde lo cósmico: alimentada por datos astronómicos reales, su instalación mezcla ciencia y espiritualidad, como un altar de luz consagrado a lo intangible.

Narcisse, de NONOTAK, sugiere una meditación especular y mitológica sobre la identidad. La pieza, compuesta de espejos en movimiento y luces rítmicas, desestabiliza la percepción del yo y difumina la identidad entre reflejos múltiples. Le sigue Halo, de Karolina Halatek, un anillo tridimensional que encierra al visitante en una bruma de luz deslumbrante. Olivier Ratsi desarticula la percepción espacial en Negative Space, una sala vaporosa atravesada por haces verticales donde todo parece emerger y disolverse en un bucle perpetuo.

Códigos lumínicos y trances digitales

En GRID, Christopher Bauder y Robert Henke sincronizan la luz y el sonido en una estructura monumental con forma de exoesqueleto que flota, respira y muta con tensión electrónica en una suerte de ballet digital incandescente. La sensación de trance se mantiene en la instalación Spiraling Into Infinity. Aquí Children of the Light envuelve al visitante en un vórtice de luz giratoria sin centro ni fin, y lo prepara para transitar por ORBIS2, de 1024 Architecture: un cubo levitante de láseres y proyecciones mutantes que borra las líneas entre lo físico y lo proyectado.

El vértigo alcanza su clímax en Abîme, de Visual System. Esta brecha flotante confeccionada en leds absorbe al espectador, antes de que sucumba a la calma que emana de One’s Sunset Is Another One’s Sunrise, de Jacqueline Hen; un paisaje de arena azul y esfera solar suspendida que funciona como un recinto de meditación compartida. Quiet Ensemble nos traslada a los confines del universo en Solardust. Esta peculiar nube estelar que cuelga del techo vibra al ritmo de una partitura musical celeste que transmuta el cosmos en una escultura 3D fulgurante.

La tensión entre naturaleza y artificio se condensa en Nautilus, de Collectif Scale. Sus formas orgánicas, aunque inmóviles, generan la ilusión de un movimiento cimbreante al compás de una música frenética. En Passengers, de Guillaume Marmin, el espectador atraviesa un pasaje especular donde su imagen se multiplica hasta perderse. El cierre lo evoca Carnaval, la fiesta de luz y sonido de Collectif Scale con banda sonora de Lucie Antunes que despide al visitante en un estado de euforia febril.

Into the Light propone un manifiesto contemporáneo sobre el poder perceptivo, simbólico y emocional de la luz. Demuestra que el arte lumínico ya no es una rareza ni una moda efímera: es un campo en plena madurez que fusiona tecnología, poética, diseño y emoción. La exhibición no solo confirma que la luz puede ser una forma de arte total, sino que deja claro que estamos ante un método de narración expositiva en el que la mera contemplación ya no es suficiente.

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