ENTREVISTA PUBLICADA EN BERLÍN AMATEURS, COMPROBAR AQUÍ

Tiende a creerse que el simple hecho de encontrarnos en Berlín añade a nuestras vidas una dimensión extra de realismo mágico recubierta de una pátina de creatividad y virtuosismo. Que incluso hay una aureola de importancia que envuelve cualquier disciplina artística desarrollada en esta ciudad. Cuando lo cierto es que solo asistimos a un insulso eclecticismo creativo que muchas veces desorienta.

Esta atmósfera, a veces preñada de incomprensión y desconcierto, introduce cambios cuando menos sorprendentes en la visión del mundo de cualquiera que la respira. O presten ustedes a partir de ahora más atención a las batallitas que les cuentan.

Aunque en la Warschauer Str. Stendhal jamás habría dado pie a síndrome alguno, no podemos negar a la calle su peculiar esplendor. Como Kate Moss, esta calle también es un modelo de imperfección, lo cual no ha menguado su éxito, al contrario. Como Berlín, ciudad “borderline”, la Warschauer Str. es ambivalente e impulsiva.

Sin embargo, en esta calle de vez en cuando sucede algo inesperado que inyecta a la rutina diaria un sentido nuevo que a veces despierta esperanzas aletargadas que nos inducen a creer que pronto todo cambiará para mejor. Y que el cambio persistirá, claro. Por supuesto, todavía tendemos a pensar que estamos aquí al estilo idílico… Quizá por eso en los últimos tiempos la calle se ha convertido en un escenario real donde muchos artistas se las ingenian para brillar.

Tócala mientras puedas, Sam

Cantaba Madonna en «Spotlight», uno de sus tracks de 1987 (a su vez inspirado en el «Everybody is a star» de la banda soul–rock Sly & the Family Stone): “Don’t stand in the corner waiting for the chance, make your own music start your own dance”. No es nada nuevo. Hoy, 32 años después, en los ya superados albores de las nuevas tecnologías, en la era de la democratización de las herramientas y de los medios, las posibilidades (a veces un arma de doble filo) para fotógrafos, escritores, periodistas o músicos se disparan.

Cada músico tiene su estilo, su público y ahora también su escenario en la Warschauer Str. Katie O’Connor llegó a Berlín en enero de 2013 procedente de Irlanda. Aunque toca diferentes estilos, su música está influida principalmente por Damien Rice, Ani Difranco y Elvis Presley. “Para mí la Warschauer es muy especial. Tienes la sensación de estar realmente en Berlín cuando estás en esta parte de la ciudad. Su energía es muy relajada” (sic).

Esta fue la primera calle en la que «actuó» cuando llegó a Berlín, “así que siete meses y muchas lecciones y experiencias después, es muy importante”. Prefiere tocar en Warschauer porque está muy cerca de donde vive. Allí la encontrarás cada lunes y martes antes del atardecer. No obstante, “existen muchísimos espacios públicos en los que puedes actuar si usas tu intuición. Después de todo, estamos en Berlín”.

Cuando compartes el mismo espacio de trabajo, es necesario llevarse bien con otros músicos callejeros para que todo siga funcionando sin altercados. Por eso Katie se ha tomado la molestia de conocer a otros músicos que también celebran conciertos en Warschauer Str. Los que ha conocido son bastante agradables y tranquilos. “No creo que realmente haya ningún orden estricto para que las cosas funcionen. Si encuentras un lugar, es tuyo durante ese momento. Es importante ser cortés y considerado si hay otros esperando… porque al final todo lo que va, vuelve”.

Katie O’Connor, de Shop Street a Warschauer Str.

O’Connor empezó a tocar en Shop Street en Galway, Irlanda. Una calle muy pequeña comparada con Warschauer Str. “La vista desde Warschauer es mucho más majestuosa, especialmente por la noche”. Nos cuenta que generalmente tocar en la calle es más rentable. “Y más… terapéutico”, añade. En cualquier caso, también conviene actuar en bares a veces, “porque siempre conectas con el público de una manera diferente”.

Como a casi cualquier músico en ciernes, hablar de la industria de la música o de la GEMA le parece un tanto desalentador. Respecto a los sellos discográficos y gestores de la música, “la legalidad parece amenazar la sencillez de ser músico”. Precisamente ahora, la libertad de ser un intérprete independiente, usando la calle como medio, es con lo que se siente más cómoda.

Como tantos, Katie también considera que internet puede beneficiar enormemente a los artistas. “Especialmente a músicos callejeros. Se consiguen fans de una manera quizá más fácil, creo”. No nos dice cuánto gana tocando un día cualquiera en la calle, pero sí nos confirma que, aparte de colaboraciones con otros músicos, no tiene ningún empleo secundario, lo que nos permite atar cabos y elucubrar con las cuentas.

Warschauer Str., retrato de una calle

Llevo viviendo algunos años en la Warschauer y tanto su sencillez como su barbarie siempre me han parecido fascinantes, para bien y para muy mal. El contra-contraste es brutal. Aquí los ciclistas circulan a toda velocidad por las aceras, reparan las vías del tranvía entre las dos y las seis de la mañana cualquier día lectivo, los Penner (vagabundos) piden perpetuamente algo suelto debajo del árbol (del que hace tiempo que se han adueñado) que hay junto a la valla que separa la calle del club Suicide Circus, donde todo el mundo hace una parada para mear, pillar marihuana o jaco, o hacerse la foto de rigor en el Photoautomat.

La gente trastornada, porque la hay y en abundancia, comparte acera con punkies, padres jóvenes beneficiarios del Hartz IV, turistas, estudiantes y perros que cagan y nadie recoge la mierda. Los ancianos aquí no existen. En el Kaiser’s (ahora REWE) que abre las 24 horas siempre hay que hacer veinte minutos de cola (para pagar o devolver las botellas retornables), y su entrada a veces está tan concurrida y animada que da la sensación de que vas al bar de moda y no al supermercado.

Devaneos callejeros

Al otro lado de la calle, no muy lejos del mítico Berghain, los jóvenes se preparan para salir de fiesta por los bares que hay en los alrededores de la Revaler Str.: RAW, Urban Spree, la sala de conciertos Astra, Matrix o Watergate, ya en el Puente de Oberbaum. Por aquí pasa un hipster cada cierto tiempo, pero no cada pocos segundos como ocurre en Schlesische Str., Oranienstr. y Weserstr.

Si subimos esta calle desde el siempre mayestático Oberbaumbrücke, uno ya no encuentra Stolpersteine por el camino, sino toda suerte de músicos y artistas callejeros a muy pocos metros de la discográfica Universal que, otra ironía de la vida, anunció hace menos de un año [en el momento en el que se redactó el artículo (2013)] su propia iniciativa de crowdfunding para reimprimir parte de su catálogo de vinilos. Oberbaum y Warschauer se han convertido en un escenario ambulante donde cada cual aporta su mejor representación en pos de su cuarto de hora de gloria.

Como a Katie O’Connor, los encontramos día y noche a lo largo del puente, en el Max-Koch-Passage que comunica la calle con Warschauer Platz, a la salida del U-Bahn o del S-Bahn y, sobre todo, entre el Puente de Warschauer y Revaler Str. Esta parte de la ciudad huele a alcoholismo, drogas, locura, soledad, depresión y pis. Pues como todos los mundos, el de la música, a veces, también apesta.

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