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El Museum für Fotografie berlinés exhibe casi un centenar de fotografías de Candida Höfer en diálogo con parte de la colección de fotografía de la Biblioteca de Arte de la ciudad. La muestra Bild und Raum (Imagen y espacio) está disponible hasta el 28 de agosto en la que también es sede de la Fundación Helmut Newton.

La Escuela de Düsseldorf y la Nueva Objetividad

Atraída por la cultura contemporánea, Candida Höfer (1944) ingresó en la influyente Academia de arte de Düsseldorf en 1973. Sus interiores de espacios públicos o semipúblicos desiertos (museos, universidades, bibliotecas, iglesias, restaurantes) –en gran formato o medio– siempre parecen a punto de ser invadidos. Su estilo se basa en la simplicidad de imágenes limpias y neutras, sin retoques, cuya atmósfera sosegada y sencilla está colmada de quietud y equilibrio. Höfer otorga a su punto de vista elegido la dignidad de una toma cuidadosamente preparada, inmaculadamente iluminada y captada en todos sus detalles.

La Escuela de Düsseldorf, precursora de la Nueva Objetividad en la fotografía de la que Höfer hace gala, fue prolífica en pulir talentos potenciales, desde hace tiempo ya glorificados. Esta legendaria academia de arte se estableció en los setenta y ochenta como cantera de maestros de la fotografía arquitectónica moderna. Andreas Gursky, Thomas Ruff, Axel Hütte, Thomas Struth y Candida Höfer fueron discípulos de Bernd & Hilla Becher y también esquivos de la figura humana en sus tomas y amantes de las series en su producción artística. Grupo por accidente, la obra de todos sus componentes conforma hoy un cadáver exquisito sublime e imperfecto.

Candida Höfer: imagen y espacio interior desierto

La muestra Bild und Raum consta de unas noventa fotografías de Candida Höfer desde finales de los sesenta hasta la actualidad, acompañadas de imágenes de temática similar procedentes de la Biblioteca de Arte de Berlín. Inéditas son las instantáneas en color de su serie Liverpool (1968), una de las pocas junto a Köln Weidengasse (1975) y Türken in Deutschland (1980) en las que se ven personas. Incluso en aquel entonces, Höfer tenía buen ojo para lo que pasa desapercibido, lo casual, que en realidad constituye la inmensa mayoría de lo que vemos. Esta insistencia en la parte dada de la realidad, sin evaluarla ni favorecerla, se convirtió después en el principio fundacional de su trabajo.

Las estancias arquitectónicas son una constante en la fotografía de Candida Höfer. Sus interiores nos permiten experimentar la arquitectura de una forma nueva. Höfer “retrata” espacios grandiosos como el auditorio del Teatro Bolshoi de Moscú o la iglesia del monasterio de Batalha, en Portugal, desde una perspectiva central que enfatiza la simetría solemne. Su trabajo se limita a captar de forma neutral lo que es. Así ocurre también con la Biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos (New Haven), el Altes Museum de Berlín, la escalera del Palacio de Montserrat de Sintra o con la Biblioteca Estatal Rusa. Desconciertan, eso sí, la serie (a mi parecer, dispensable) de animales en cautividad en zoológicos que ocupa una pared de arriba abajo.

Capturar el aura de los lugares vacíos

Si la foto capta el alma de las personas, ¿qué hace entonces con los espacios y lugares? Candida Höfer lo sabe muy bien. Podría parecer que pretende atrapar el aura de los recintos fotografiados, en su mayor parte centros sociales, interiores vacíos, perfectos e impolutos que en lugar de partir el alma la reconfortan. Höfer captura la psicología de la arquitectura social. «Fotografío en espacios públicos y semipúblicos de diferentes épocas. Se trata de espacios accesibles a todo el mundo, lugares de encuentro, de comunicación, de conocimiento, de relajación, de recreo. Son balnearios, hoteles, salas de espera, museos, bibliotecas, universidades, bancos, iglesias y zoológicos».¿Y por qué no hay personas en sus fotografías? Cuántas veces habrá respondido Cándida Höfer a esa pregunta… “Eso hace que muchas otras cosas sean más visibles», ha explicado en alguna ocasión.

Un diálogo desigual

Aunque esta exposición utiliza el nombre de Candida Höfer como reclamo, las fotos que se presentan son mayoritariamente de otros fotógrafos (hombres) de otras épocas. Ni siquiera la foto promocional es autoría de ella. Es por eso que la exhibición no termina de saciar o de satisfacer, sobre todo cuando el espectador es connaisseur o incluso fan. Las muestras “en diálogo con” son un mero eufemismo, casi siempre ambiguo y malicioso. Dos años de pandemia también han hecho mella en la caja registradora de los museos, razón por la que se decide ahora desempolvar piezas de depósito que sirvan de relleno para escoltar a grandes figuras de la disciplina artística de turno.

Se mete a un artista potente en la coctelera del cebo publicitario y se juega al equívoco insinuando que se trata de una exposición individual o inclusive de una retrospectiva –como he leído en algunos medios– cuando en realidad no lo es. Un engaño, vaya. También el diálogo es desigual, dado que las imágenes de Höfer son más grandes, sí, pero no dominan ni en número ni en variedad. Y es una pena porque una fotógrafa consagrada como Candida Höfer se merece no una sino varias solo exhibitions simultáneas.

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