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Del 3 al 6 de julio, Radialsystem V acoge In C, un experimento escénico desarrollado por la coreógrafa alemana Sasha Waltz a partir de la icónica composición homónima del pionero del minimalismo musical, Terry Riley. La pieza, interpretada por las compañías Sasha Waltz & Guests y tanzmainz, junto al Ensemble Musikfabrik, propone un análisis radical de la música, el movimiento y la convivencia artística como metáfora de una práctica democrática –con matices anárquicos– en escena, que tiene mucho de ritual de comportamiento instintivo animal.

Pulsos compartidos: improvisación guiada por la música y el movimiento

Estrenada en streamlive en 2021 en plena pandemia, In C es una partitura coreográfica abierta compuesta por 53 frases de movimiento que, al igual que la música de Riley, se interpretan con libertad dentro de una estructura precisa. Basada en la improvisación estructurada, la obra permite a los bailarines decidir cuándo y cómo avanzar por las frases o movimientos concretos, priorizando siempre la escucha constante y la interacción mutua que define la coreografía. El sentido del baile reside en la coordinación y respuesta entre los intérpretes, que construyen la composición a partir de sus pequeñas decisiones conjuntas.

Cuando empieza In C, el escenario impoluto se convierte en una suerte de pecera onírica o acuario suspendido donde doce cuerpos en tonos pastel se persiguen o se acompañan como peces que han aprendido a respirar al ritmo de la música de Riley. Sumergida en una luz roja, la pieza arranca en silencio mientras el espacio va cobrando vida y color. Camuflados entre los bailarines, los músicos vestidos de negro emergen de la danza y se dirigen a sus puestos; sonido y movimiento nacen del mismo pulso. Lo que al principio parece un caos coreográfico marcado por secuencias similares que se disgregan, va revelando progresivamente un orden propio, una lógica interna que el ojo del espectador, con agradable sorpresa, empieza a reconstruir con satisfacción dentro de la cabeza.

Terry Riley revolucionó la música en 1964 con In C, influencia clave para la música contemporánea y los compositores posteriores. En esta obra minimalista, los músicos repiten libremente las 53 frases breves que la componen, a su propio ritmo pero en orden; sin director ni instrumentación fija, pero manteniendo un pulso constante en la nota do (in C, en inglés) como referencia rítmica. Esta estructura abierta genera un campo sonoro en constante evolución; cada interpretación es única.

Concebida como una suerte de serie de instrucciones teatrales, la partitura motivó a Sasha Waltz a desarrollar su correlato corporal. El resultado es una danza que se mueve como un organismo vivo, donde cada intérprete sigue reglas comunes aunque siempre puede tomar decisiones propias. Visualmente, la performance es una celebración del cromatismo, algo que queda patente en el vestuario ligero y colorido, cuyos tonos pastel evocan diversidad, alegría y vitalidad. Las luces acompañan con igual protagonismo, modificando la percepción del espacio y acentuando las transiciones emocionales como si estuviéramos dentro de la instalación Aftershock de James Turrell.

Estructura musical y corporal en constante evolución

In C no apuesta por la novedad escénica, sino por una sofisticación interna del lenguaje del movimiento. No hay una narrativa explícita, ni necesidad de impactar. Este ejercicio coral piensa más en la lógica del enjambre que en la del solista. La estructura coreográfica de Waltz exalta la libertad como una forma refinada de precisión. Rara vez los intérpretes se sincronizan por completo en un mismo movimiento; en su lugar, se adaptan, se acoplan, se acercan o se distancian en dúos, tríos, cuartetos… sin perder la sutil coexistencia del conjunto.

Y sin embargo cada gesto de mimetismo no suprime la individualidad, sino que la transforma en un acto de aceptación: una manera de estar con el otro sin dejar de ser uno mismo. Desde luego el trabajo de precisión de los intérpretes es extraordinario a pesar de la falsa apariencia de improvisación. A veces, sus labios delatan un conteo silencioso en esta ejecución de sincronía y repetición donde los cuerpos funcionan como un motor compartido pluscuamperfecto.

Hay algo de ritual animal, de cortejo marino o danza aviaria en cómo los bailarines se enlazan —no de manera abrupta, sino con una delicadeza casi etológica—, y moldean una vía grácil de entrar en el tejido común. La obra oscila así entre el azar y el rigor geométrico, entre lo individual y lo colectivo. Y al final, cuando su lógica se hace perceptible (o cuando decidimos inventárnosla), In C deviene un mecanismo sensorial hipnótico en el que el cuerpo se torna arquitectura sonora en movimiento.

Más allá de su dimensión estética, In C plantea una poderosa reflexión sobre cómo convivimos y cooperamos. O más bien cómo deberíamos hacerlo… En Radialsystem V no hemos visto una versión definitiva porque eso iría en contra de su ADN. En un mundo polarizado y en crisis, Sasha Waltz concibe esta coreografía como un espacio de resistencia, diálogo y empatía. Ella misma lo resume así: Se trata de tomar decisiones a solas y en grupo, conectarse, escuchar, apoyarse mutuamente, crecer juntos y no dejar a nadie atrás. Muchas de estas ideas son el fundamento de la democracia. En este sentido, In C no es solo una pieza de danza contemporánea, es una celebración de la colectividad (bien entendida).

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