Ser gay en Berlín. O a ver quién folla más
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Berlín es una especie de meca de lo gay a la que, al menos un puñado de veces en la vida, todo homosexual peregrina. La peregrinación la mayoría de las veces no va más allá de la ruta sexual obligatoria que generalmente coincide con la entrega anual (ahora bianual) del Snax Club, el polvo-maratón de fin de semana que tiene lugar en las holgadas instalaciones de Berghain y que sus organizadores hacen coincidir cada año, para mayor inri, con el Viernes Santo. Turismo sexual. El sexo en Berlín es tan accesible que a veces uno no se explica cómo en una ciudad como esta pueda tener salidas la prostitución.
La ronda del sexo
El sexo está muy bien, incluso fenomenal. La connotación sexual implícita en el concepto de lo gay —si es que se le puede llamar así— no es un distintivo gratuito: andrógenos, superávit de testosterona, autorrepresión, tiempo perdido en el armario, proyección masculina, social o circunstancial… El sexo manda y es asumido a través de un rol subliminalmente transferido y/o autoimpuesto que casi todos adoptamos con ilusión y entusiasmo desde el momento cero. Y los que no lo adoptan inconscientemente o por asimilación, lo critican o lo rechazan, siendo a su vez rechazados por los que no comparten tal posición. Intolerancia bidireccional. ¡Ser gay a veces no hay quien lo resista!
Berlín es tan fuerte que hasta tiene dos orgullos gay: el clásico Christopher Street Day y el Transgenialer —que se vende como alternativo y anti-mainstream— surgido de rencillas con la organización del primero. Otra razón para plantarse en Berlín a finales de cada junio. Una batalla de orgullos no puede conducir a nada bueno. Pregunta a un gay elegido al azar durante la celebración del Christopher Street Day si sabe qué se festeja el día del orgullo gay. Lo que les sobra a los gays es precisamente orgullo. La tolerancia que reclaman los homosexuales es precisamente lo que los homosexuales deberían mostrar hacia ellos mismos en tantos casos… A los gays nos vendría bien un bañito de humildad y de autotolerancia.
¿La importancia de ser gay?
Ser gay, como sucede en el amor, también es una especie de representación. Guían nuestros pasos, se nos alecciona y entrena para recibir una particular ronda de sacramentos, cada cual a su debido momento: salir del armario, el sexo, salir por la noche, fetiches cuero-fetiches sport, emigrar a una gran ciudad en pos de un reencuentro gay masivo, el descontrol absoluto, los cuartos oscuros, el cruising, las drogas, las redes sociales, las orgías, las sexdates, el Christopher Street Day en el calendario internacional, amén del rosario de enfermedades. El burro y la zanahoria. ¡Bienvenidos al circuito gay! Una escena que más que una circunstancia accidental es una implacable ruta vital que estigmatiza a sus miembros y proscribe a los que se quedan fuera.
Un papelón cuya presión competitiva compartimos ex aequo con las mujeres: el culto al trinomio cuerpo-físico-apariencia (la mente no cuenta), el mantenerse eterna y ridículamente joven, a lo que se le suma un must: una polla de 20 centímetros de largo y 5 de ancho es el ideal. Si tu miembro está algunos centímetros por debajo, ahí tienes otro hándicap que probablemente te deje al margen de la carrera, y el porqué de que los chicos no te llamen después del primer tanteo sexual.
La “carrera armamentística” de polvos
Digamos que la dinámica gay de esta ciudad te traga casi desde el primer día. Ser gay en Berlín es lo más parecido a participar en una competición interminable de polvos. ¡A ver quién folla más! Una “carrera armamentística” que la inmensa mayoría —como suele ocurrir en todas las carreras armamentísticas de cualquier tipo— se toma bastante en serio. Anotar tantos en el marcador. Un tipo de interacción estratégica que no tiene otra meta que la de rebasar al adversario en un torneo sin fin y sin galardón. Y si no, presta atención a las batallitas sexuales de tus amigos maricas. No es cuestión de generalizar, pero sí de reflejar una realidad que ocupa una posición inestimable. La competencia es atroz.
Orgullo gay mancillado
Hace muchos años, todos vivíamos en tribus; aunque uno no valiera la pena como persona, sabía que su tribu era la mejor. La responsabilidad no era individual. Pero ahora tenemos que luchar individualmente unos contra otros. Cada cual debe luchar para sobrevivir. Todo el mundo compite, compite, compite sin cesar. Y el hecho de ser gay no iba a ser una excepción, al contrario.
Uno empieza a salir solo cuando se da cuenta de que salir con amigos maricas a lo único que conduce es a quedarte a cuadros cuando uno de ellos termina a lengüetazos con el que te gustaba delante de tus narices en medio de la pista de baile. Y así, evitando esa competencia descubrimos en realidad lo supercompetitivos que también nosotros somos al tratar de barrer la rivalidad del mapa. Son las reglas implícitas del mercado de la carne viril, en el que una relación abierta no es otra cosa que declarar oficialmente la lucha a una persona concreta —para lo cual se requiere mucho tesón y un aguante emocional sin precedentes—, que es precisamente hacia donde va el futuro de la relación, si es que no es ya el presente.
Ligar a la carta: esclavos de la tecnología gay
Y luego surgen las dudas. ¿Salir y conocer a alguien al azar o ir a tiro hecho y quedarte en casa echando mano de los catálogos online? Otro dilema muy de nuestro tiempo. Gayromeo, Dudes Nude, Butt Club, Grindr, Bender, Recon, BLUF, Scruff, Gay Royal, Tinder… En forma y en retaguardia. Las fiestas y el sexo. El factor reivindicativo se difumina. De eso ya se ocupan otros. Los demás contribuimos con la visibilidad, que es lo que mejor se nos da a algunos, apoyando la normalidad en la consecución de derechos. Algo más espontáneo que combativo, todo hay que decirlo.
Tras la saturación, el empache, el hastío, el vacío existencial y quizá el asco, los hay quienes buscan cambiar de escenario, pero inconscientemente no de representación. Abandonar el circuito de fiestas maricas (generalmente, el mismo perro con distinto collar; cambia el emplazamiento, pero rara vez la música y el público y las circunstancias), desactivar el perfil de Gayromeo… significará decir adiós a tu vida social, sexual y sentimental. Si no hay escaparate, no hay interacción. Ni admiración, ni elogios, que es lo que más satisface al orgullo maltrecho de un gay. El ostracismo gay acecha entonces; el círculo vicioso y la pescadilla que se muerde la cola, pues también.
Entre la escena y el ostracismo gay, sin término medio
Cuando por fin te decides —en plan experimento— a dejar el circuito, nada cambia; todo el mundo espera que ligues; tú el primero. Evidencia de que la maquinaria de la conciencia gay ha hecho bien su trabajo. La amiga que te azuza cada vez que quedáis para hacer algo juntos: “Mira a este, ¿no te gusta aquel?, el de más allá te ha mirado”, lo único que consigue es devolverte al final la distorsión de tu representación reflejada ahora en un espejo de esos por los que se pirraba el Max Estrella de Valle-Inclán en el madrileño callejón del Gato. Y es que ser gay a veces también funciona como un espejismo. Por todo aquello que rozamos sin alcanzar. Con frecuencia es fácil sentirse atrapado e insatisfecho.
Salir del armario, manifestarse simultáneamente en varios gay parades, follar en plena calle si es preciso. Creemos ser libres —derechos al margen— pero solo vivimos encadenados, esclavos de un rol mientras lucimos/arrastramos con desmedido orgullo nuestro trofeo, que no es más que una vulgar bola de presidiario. Los homosexuales: tan reacios en cuanto a según qué etiquetas, y tan indiferentes/impasibles respecto a otras.
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