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Lejos del mito y el estereotipo, “Music of the Mind”subraya el papel de Yoko Ono como pionera del arte participativo y conceptual y la performance radical. La exposición del Gropius Bau de Berlín no canoniza a un icono pop ni mitifica a una figura de culto; reconstruye, con escala y rigor, una de las trayectorias más rupturistas del arte contemporáneo.

Yoko Ono, entre el arte y el ruido

Yoko Ono (Tokio, 1933) ha sido durante décadas una figura difícil de clasificar: artista conceptual, compositora, performer, activista, cineasta… También, injustamente, una figura mediática reducida a su papel en la cultura popular o como pareja de John Lennon. Hasta el 31 de agosto, “Music of the Mind” desmonta ese relato superficial para articular una lectura rigurosa de su trayectoria, centrada en su dimensión experimental y política, marcando un punto de inflexión en la recepción institucional de Ono en Europa.

La muestra abarca más de ochenta obras producidas entre los años cincuenta y la actualidad: instalaciones, objetos, performances documentadas, vídeos, piezas sonoras, textos e instrucciones. Muchas de ellas se activan con la participación del público, otras existen únicamente como lenguaje. El recorrido está organizado en torno a núcleos temáticos y no estrictamente cronológicos, lo que permite entender la persistencia de ciertos ejes en su trabajo: la desmaterialización de la obra, el lenguaje como acción poética y política, la implicación del cuerpo, la participación del espectador y una reflexión continua sobre la violencia, la memoria y la posibilidad del arte como forma de reparación. Obras como Half-A-Room (1967), donde mitades de objetos cotidianos pintadas de blanco aparecen como recuerdos truncados o ausencias palpables, encarnan esa reflexión sobre la pérdida, la fragilidad y el paso del tiempo.

Instrucciones, cuerpo y activismo

Una parte central de la exposición está dedicada a sus instruction pieces, que consisten en enunciados verbales breves que invitan al espectador a imaginar o realizar una acción: prender una cerilla y observar la oscuridad que queda (Lighting Piece, 1955), juntar las sombras de dos personas (Shadow Piece, 1963) o simplemente pensar una idea imposible (Cloud Piece, 1963). Estas manifestaciones, recopiladas en su libro Grapefruit (1964), fundan una de las aportaciones más originales de Ono al arte conceptual: la obra no se materializa en el objeto, sino en la mente del espectador.

Este desplazamiento del objeto al proceso fue radical en su momento y sigue aún vigente. Al igual que otros artistas de Fluxus —movimiento del que Ono formó parte activa desde principios de los sesenta en Nueva York—, su trabajo cuestiona la autoría, la lógica del mercado y la pasividad del público. Pero lo hace con un lenguaje propio, en el que la economía formal se combina con una dimensión afectiva y política muy concreta.

Obras como Cut Piece (1964), en la que el público corta la ropa de la artista sentada en el escenario, o Bag Piece (1964), donde dos personas interactúan ocultas en el interior de una bolsa, evidencian hasta qué punto el cuerpo y su exposición (o su ocultamiento) ocupan el centro de su práctica. Estas performances, documentadas en vídeo y fotografía, se presentan en la exhibición junto a trabajos posteriores, como My Mommy is Beautiful (1997-2003), una pieza sobre la memoria y la maternidad que invita a dejar mensajes; Arising (2013), una instalación que recoge testimonios de mujeres víctimas de violencia; o Add Colour (Refugee Boat) (2016), una barca cubierta por mensajes escritos por el público, que condensan el compromiso de Yoko Ono con la participación y la reparación.

Arte como espacio político

La muestra también revisa las dimensiones pública y activista de Ono. Desde su célebre WAR IS OVER! (If You Want It) (1969) hasta campañas más recientes como PEACE is POWER (2017), el trabajo de Ono ha utilizado medios artísticos y canales de comunicación masiva para plantear mensajes directos, sin ambigüedad, sobre la guerra, la paz, el feminismo o el autoritarismo. A diferencia de otras prácticas conceptuales más formalistas, la suya no separa nunca estética y política.

Instalaciones como Wish Tree for Berlin (1996/2025), situada en el atrio del Gropius Bau, proponen espacios de acción colectiva. El público puede escribir un deseo y atarlo a una de las ramas de los árboles dispuestos en el espacio. Esta pieza, replicada en múltiples ciudades del mundo, conecta con los rituales japoneses de infancia de la artista y con su visión del arte como acción pública. La inclusión de piezas sonoras y vídeos permite, además, recuperar la faceta musical de Ono, a menudo ignorada. Desde sus composiciones tempranas hasta sus discos experimentales, la expo plantea una línea de continuidad entre sus partituras verbales, sus performances y sus canciones como forma de expresión política y emocional.

Con “Music of the Mind”, el museo berlinés formula una revisión precisa y articulada de una de las artistas más influyentes —y más incomprendidas— del arte contemporáneo. No busca reafirmar una figura icónica, sino mostrar con claridad la consistencia formal, conceptual y política de una obra que sigue siendo relevante y necesaria. La decisión de presentar esta exposición en la capital alemana no es casual. La ciudad —con su carga histórica, su escena artística y su política de memoria— ofrece un contexto particularmente relevante para una artista que ha trabajado durante décadas con los conceptos de trauma, reparación y colectividad.

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