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Yves Saint Laurent en los museos es una exposición-homenaje en un formato inusual que abarca seis museos parisinos: el Centro Pompidou, el Museo de Arte Moderno de París, el Museo del Louvre, el Museo de Orsay, el Museo Nacional Picasso-París y el Museo Yves Saint Laurent París. La muestra ilustra hasta el 15 de mayo la continuidad y los profundos vínculos que el modisto forjó con el arte y con las colecciones públicas francesas.

Yves Saint Laurent en los museos celebra el 60.º aniversario del primer desfile de moda de Yves Saint Laurent (29 enero 1962), cuando el diseñador tenía 26 años. Siguiendo esa perspectiva, el proyecto expositivo contempla la producción creativa de YSL atravesada por diferentes culturas y temporalidades. Concebida como un archipiélago, la exhibición suscita un diálogo entre algunos de los outfits más emblemáticos del diseñador y las colecciones permanentes de varios museos, tendiendo puentes hacia distintos ámbitos artísticos.

En el Centro Pompidou se aborda la obra de YSL como la de un artista profundamente arraigado en su tiempo y como testigo de la evolución de la creación artística en el siglo XX. A lo largo de la exposición –que más bien parece un pretexto para desempolvar piezas del depósito de este museo de arte moderno–, se descubren cuatro o cinco looks del diseñador junto a grandes obras de Mondrian, Matisse, Sonia y Robert Delaunay o Picasso.

Es precisamente Picasso quien ocupa un lugar especial en la trayectoria del diseñador, como demuestran los guiños a sus pinturas que alberga el Museo Nacional Picasso-París. En el Salón Júpiter se reúnen algunas de las piezas de YSL en contrapunto con los cuadros del artista español que las inspiraron. Fascinado por Picasso, YSL le rindió tributo en varios momentos de su carrera. Sus ‘periodos Picasso’ conforman unos de los episodios más aplaudidos y explícitos de esta relectura de la historia del arte que recorre toda su andadura profesional. En 1979, YSL dedicó su colección de otoño-invierno al pintor.

Sensible a las conexiones entre las artes, YSL nunca dejó de hacer malabarismos con los ritmos y los colores, las luces y los materiales. Así queda patente en el Museo de Arte Moderno de París, que alterna salas y obras monumentales con secuencias más íntimas. El recorrido por las colecciones permanentes muestra –con homenajes a Matisse, Bonnard, Raoul Dufy y otros artistas– cómo YSL cultivaba la genialidad de pasar del plano al volumen, de la estética de la superficie a la estética del cuerpo.

El Louvre también ha querido sumarse a esta manifestación especial y exhibe, dentro de uno de sus espacios más pomposos, la Galería de Apolo –concebida por el arquitecto Charles Le Brun para el rey Luis XIV–, varias prendas joya que subrayan la fascinación del modisto por la luz, por el oro, por las artes decorativas y también por la grandiosidad. La riqueza de las fuentes de inspiración de YSL también pone de relieve el savoir-faire de los artesanos franceses.

El Museo de Orsay, por su parte, explora la pasión proustiana de YSL, así como la cuestión de género a través de los códigos de vestimenta masculinos y femeninos. Aquí se expone una colección de vestidos y trajes diseñados por YSL en 1971 para el ‘baile de Proust’ ofrecido por el barón y la baronesa Guy de Rothschild en el castillo de Ferrières. Inspirados en los personajes de En busca del tiempo perdido, los outfits se disponen frente a uno de los relojes gigantes de la antigua estación de tren que hoy acoge al museo. Esta evocación de la pasión proustiana del creador continúa en la sala de artes gráficas (sala 41) con una breve colección de dibujos y fotografías.

Y, por último, el museo dedicado al diseñador de moda abre sus archivos para mostrar bocetos, polaroids, botones, retales y moldes de sombreros que dejan entrever cómo se generaban las prendas, los accesorios y los looks de los desfiles.

Después de haber visitado los seis emplazamientos podemos aventurarnos a decir que, aunque a priori pueda parecer una iniciativa formidable, en la práctica se queda un poco bastante deslucida, a saber: a veces el diálogo propuesto está cogido con alfileres; el contenido funciona más como un leve extra de las exposiciones permanentes de cada museo, ya que no tiene la fuerza suficiente como para ejercer como exposición con identidad propia; ni siquiera reuniendo todas las piezas expuestas (dos o cuatro por museo) en un solo espacio llegaría a tal consideración.

Lo venden como un evento magnánimo, de formato revolucionario y lo cierto es que se queda más bien en un proyecto modesto, una sesión de fuegos artificiales mojados, algunos aperitivos sin plato fuerte. Tampoco expenden un billete conjunto, lo cual no deja de sorprender. ¿Lo mejor? Lo expuesto en el Museo de Arte Moderno, que además es gratis.

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