Água, la felicidad líquida de Pina Bausch en el Opernhaus de Wuppertal
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La infatigable búsqueda de la felicidad de Pina Bausch es contagiosa. Y casi tan adictiva como cualquier estupefaciente. Coproducida en colaboración con el Instituto Goethe de São Paulo en 2001, Água (hasta el 2 de febrero en el Opernhaus de Wuppertal) es un alegato a favor de la alegría de vivir. En medio de un ambiente festivo y sedoso, el Tanztheater Wuppertal sumerge al espectador en su propia experiencia distendida y jubilosa. Comprimidas en dos horas y cuarto de danza-teatro, estas microhistorias desprenden la misma belleza centelleante, inesperada y efímera que la de una estrella fugaz.
La magia indescifrable de la danza-teatro de Pina Bausch
Esta vez, los elementos naturales, constantes en las escenografías de Peter Pabst para Pina Bausch, aparecen proyectados en el suelo y la escena semicircular blancos. Entre palmeras movidas por el viento, y al son instrumental de A Felicidade de Antônio Carlos Jobim, una bailarina (Taylor Drury) pela una naranja y se la come histriónicamente frente al micrófono. Los intérpretes de ambos sexos se van intercambiando dinámicamente para regalarnos solos –en su mayor parte rápidos y precisos– y danzas grupales arrebatadoras y sinuosas. Proyectados en los muros aparece después un grupo de tamborileros brasileños que dialoga con las danzas y los ritmos enfervorizados de los bailarines en un pasaje de gran fogosidad. La coreografía muta sin cesar, configurando secuencias de imágenes superpuestas, ese collage marca de la casa en el que se van sucediendo fragmentos extraordinarios hasta que el cuadro resultante, complejo y profuso en matices, se desvanece con gracia.
Desde una perspectiva ensoñadora y poética, el tema principal de las obras de Bausch es la relación entre hombres y mujeres y sus tragicómicos intentos de alcanzar la felicidad. El montaje no se ciñe a un argumento. No cabe entender cada uno de los pasajes de la pieza desde un único punto de vista y tampoco funciona considerar las escenas por separado para dotar de sentido al conjunto. Casi cuesta reconstruir con palabras lo que sucede en el escenario y, aunque pueda describirse, hay que contentarse con una aproximación. Resulta imposible encontrar un solo significado para la complejidad de lo que ocurre sobre las tablas.
Con una capacidad para conmovernos rayana en la genialidad, Pina Bausch desarrolló nuevas formas de expresión contemporáneas, con las que trascendió los estrechos marcos expresivos de la danza clásica y del baile moderno. Amalgama de ambas disciplinas, la danza-teatro abrió una nueva dimensión para las dos. De la experiencia intensa que mana del trabajo de Bausch, el público alaba su ingenio y fantasía, si bien el contenido fragmentario de sus obras sigue siendo un enigma: la danza-teatro no es una literatura bailada; cuenta una historia del cuerpo. Su lenguaje es intrincado, cargado de metáforas en las que la danza es la única y verdadera lengua.
Un repertorio de vigencia imperecedera
Compilada por Matthias Burkert y Andreas Eisenschneider, la música de Água, liberadora y cargada de emociones, abarca melodías tradicionales brasileñas de Baden Powell, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Bebel Gilberto o Nana Vasconcelos mezcladas con otras más actuales de St. Germain o PJ Harvey. En este ambiente espléndido de celebración, impregnado de calor tropical –y sensorial– y de súbitos acercamientos cariñosos proclives al flirteo, no se pierde de vista el vínculo con la realidad, aderezada con pizcas de pasión, felicidad, belleza, recreación, goce, seducción, coquetería y placer. La manera en la que acaba el primer acto también es atípica: en el chill out improvisado en un sofá corrido semicircular, los artistas bailan entrelazados y se (y nos) divierten superponiendo toallas estampadas con chicas desnudas a sus cuerpos, mientras el público abandona la sala.
Han pasado cincuenta y un años desde que Pina Bausch asumiera la dirección del Ballet de Wuppertal. Desde entonces, las voces detractoras han ido enmudecido paulatinamente, y el concepto de danza-teatro se ha introducido en las enciclopedias. Tan vigente ahora como antaño, la labor de Bausch mira y muestra el comportamiento humano con honestidad y sin juzgarlo. No promueve ninguna ideología ni ningún ideal, y se despoja de toda autoridad moral. No son obras maestras en cuanto a técnica, pero sin embargo cada una de ellas, pulidas hasta lo esencial, brilla como una piedra preciosa. Su magia hipnótica reside en la autenticidad de su fuerza dramática, de cuya sencillez emana la belleza. Por eso las piezas de su repertorio no han perdido ni su inmediatez física ni su contundencia emocional con el paso del tiempo.
Cotidianos y estrafalarios, los momentos hilarantes de Água se condesan en la segunda parte del show. Es en la veterana Julie Shanahan –en la compañía desde 1988– en la que recae buena parte de la carga cómica de la obra. Entre un sinfín de pasajes vemos a un hombre transportar a una bailarina en una carretilla, una mujer trepar por un palo, chicos desfilar en zapatos de plataforma y minifalda o a una chica vestida de rojo (la española Blanca Noguerol Ramírez) rechazar enfurruñada cualquier intento de elogio coqueto. El combo de volteretas laterales preciosistas del principio de la representación también nos anuncia el final, momento en el que la euforia se desborda. Como niños jugando y divirtiéndose emocionados, la veintena de intérpretes se escupen agua los unos a los otros, enmarcados por las cataratas de Iguazú proyectadas al fondo. Una manera adorable de transmitir las ganas de vivir y el goce de la vida que parece susurrarnos al oído la letra de aquella canción inicial: Tristeza não tem fim, felicidade sim…
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