«Viktor» o la magnificencia de Pina Bausch en el Opernhaus de Wuppertal
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Estrenada en Roma en 1986 por invitación del Teatro Argentina y representada en el Opernhaus de Wuppertal durante solo cuatro días a finales de junio de 2024, Viktor es la primera de las diez obras de Pina Bausch basadas en ciudades del mundo. El amor de Bausch por Italia era inmenso. En esta obra inefable recrea fragmentos ensoñadores de la Ciudad Eterna que adereza con su fascinante y peculiar sentido del montaje, situado en las antípodas de toda pretensión.
Roma, una fosa común y 28 muertos vivientes
En las piezas de Bausch no se abre ni se cierra el telón. El escenario de Viktor está flanqueado en su mayor parte por muros de tierra de seis metros de altura. En esta tumba inmensa o excavación arqueológica, los 28 intérpretes se dedican a sus cómicas o trágicas aventuras mientras comen, beben, flirtean, bailan y fuman con la alegre determinación de gozar de cada placer mundano que se les presente antes de morir. Un sepulturero no cesa de echar tierra a esta legendaria fosa común sobrada de vivacidad. Al caer en las tablas, el ruido de la tierra resuena como un elocuente memento mori durante toda la representación.
La metáfora visual emana de la capital de Italia, la urbe que inspiró esta producción de mediados de los ochenta. La Roma de Bausch está salpicada de oscuridad, festejos y diversión. Si bien en algunos pasajes de la obra se percibe el estilo de vida italiano, el tema romano no es omnipresente. Afortunadamente, el reparto transmite el vigor, la picaresca del país transalpino y la excentricidad de la metrópolis cual película de Fellini. Pina Bausch declaró en una ocasión que, sin estos viajes al extranjero y las coproducciones internacionales resultantes, no se habría quedado en Wuppertal. Necesitaba estas escapadas como estímulo creativo.
Actuación vs. danza
En Viktor, la actuación prevalece sobre los escasos números de danza que apreciamos en las casi tres horas y media de escenificación. Muchos de los veteranos de la compañía primigenia brillan en el escenario: las dos Julies irremplazables (Julie Shanahan y Julie Anne Stanzak), el enigmático Andrey Berezin y la deslumbrante Aida Vainieri, a quienes ya vimos en mayo en la puesta en escena de Sweet Mambo en el Théâtre de la Ville de París.
En ellos recae gran peso de la dramaturgia, compartido con la turbadora Breanna O’Mara, que, además de aparecer en la imagen promocional de la obra, es parte de la junta directiva de la Fundación Pina Bausch desde 2020. El inevitable relevo generacional también lo encabezan Naomi Brito o Dean Biosca. Ditta Miranda Jasjfi sobrecoge en su papel de mujer transformada en Fontana de Trevi. Literal.
Pero ¿quién es Viktor?
La voz tétrica de Breanna O’Mara nos incita a pensar que está poseída por un fantasma llamado «Viktor». Es él quien empuja una y otra vez a esta suerte de diosa de los elfos a una salvaje danza sentada. Su melena pelirroja se agita en anárquica sensualidad (otra constante en Bausch) y se fusiona con el movimiento enérgico e hipnótico de sus brazos interminables, al tiempo que avanza hacia la platea sin levantarse del suelo.
La ecléctica banda sonora es tremendamente poderosa a la hora de transportar al público a tiempos y lugares insólitos al son del folk de Lombardía, Toscana, sur de Italia, Bolivia y Cerdeña; de Tchaikovsky, Buxtehude, Dvorák y Khachaturian. Al compás de música de baile medieval y de los años treinta; de valses rusos y de sonidos de Nueva Orleans. Bausch nunca subestimó la fortaleza de la música popular.
El método Bausch
Al transformar el escenario en un campo de experimentación, la obra de Pina Bausch cambió la forma de pensar sobre la danza. Su género de teatro-danza abraza coreografía, performance, teatro excéntrico (mejor que absurdo) y ensoñación. Radical en su planteamiento y personalidad fundamental para la historia de la danza moderna, Bausch ha cimentado sus obras en recuerdos, fantasías y anhelos.
El método que empleó para crear sus coreografías se basaba en lanzar preguntas, temas, palabras clave –cual coreógrafa SEO–… que en ocasiones sobrepasaba el centenar por sesión de ensayo. Los bailarines debían ofrecer –o más bien interpretar– respuestas, material con el que se construiría la obra.
Algunas de las preguntas que sirvieron para gestar Viktor tenían tenían que ver con Roma: La Dolce Vita, Fontana di Trevi, Lisístrata, mitología romana, adoquines… Pero otras estaban alejadas temáticamente de la urbe: momentos que siempre vuelven, carne de ternera; algo con una silla, la respiración o un muerto… El libreto del programa también recoge uno de sus deseos: “Me gustaría que las chicas volaran alguna vez”. Y vemos cómo lo hacen colgadas de anillas de gimnasia rítmica mientras sus cuerpos etéreos recitan una poesía gestual.
Partiendo de este imaginario podemos entender mejor la estructura, la música, los motivos, imágenes, textos, sketches, gestos… que se van entretejiendo a lo largo de la pieza. No hay un hilo argumental concreto, razón por la que las obras de Pina Bausch son excepcionales e intrigantes, y desacertadamente catalogadas hasta al aburrimiento de absurdas, surrealistas o disparatadas.
Viktor: una fosa común fuera de lo normal
Una sofisticada mujer vestida de rojo y sin brazos pero provista de una sonrisa confiada entra en escena dando una afable bienvenida muda al público. Este maniquí pluscuamperfecto es Julie Shanahan, figura principal de l’ensemble. De la misma guisa aparece anticipando el final; los loops en Pina Bausch son una perseverancia incontestable. La atmósfera está cuajada de instantes hilarantes, sombríos, caóticos, salvajes, sobrecogedores, eufóricos, bizarros que se desarrollan en medio de la escenografía extraordinaria de Peter Pabst.
Viktor es un viaje sublime e inenarrable cincelado en el deseo, las emociones y las relaciones humanas. Han pasado quince años desde la muerte de Pina Bausch, y la compañía, en la que aún permanecen algunos bailarines que trabajaron con ella en vida, parece más sólida que nunca. Esta feria de emociones y ciclo de rituales cotidianos no es más que una tumba rebosante de vitalidad, metáfora misma de la vida. Eso es Viktor.
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